Pérez y la fábrica de madera
Donde antes había uno, surgieron dos y llegaron las lluvias… Sobresaltado se despertó. Al principio pensó que no estaba solo, la sangre de sus venas se heló y un escalofrío escaló centelleante por su espalda hasta la nuca. Después se tranquilizó y atribuyendo la frase al viento, quedó plácidamente dormido.
Donde antes había uno, surgieron dos y llegaron las lluvias… Sobresaltado se despertó. Convencido de que no estaba solo se incorporó de un salto de la cama. El corazón latía desbocado amenazando salírsele por la boca. Oscuridad… En la persiana, los rayos de sol colapsaban las rendijas. De un tirón abrió. Ceguera… En pocos segundos reconoció turbado a su conocido acompañante: La Soledad.
-¿Cuándo has llegado vieja amiga?- le preguntó tembloroso. -¿has estado aquí conmigo todo el rato, verdad?
El silencio de su respuesta le tranquilizó. Calmado, se dispuso a comenzar con la rutina de lo cotidiano cuando un sonido vibrante sobre la madera de la mesa le sobresaltó de tal manera, que le hizo dar un salto, encaramándose a la lámpara colgante de la habitación. Ahogó en su garganta un suspiro al percatarse del causante del sonido: sms en el teléfono móvil.
Como una exhalación pasaba corriendo entre los distraídos peatones, a su paso empujaba a unos y a otros sembrando el camino de juramentos y maldiciones, ¡otra vez tarde al trabajo! En el garaje aguardaba su coche, opel corsa del 99, destartalado abollado, deslucido y siempre melancólico. Comenzó a circular entre lastimeros quejidos del motor. ¡Me van a echar, esta vez me echan! En su cabeza se materializaba el rostro de un jefe furibundo, enojado con su dejadez, irresponsabilidad y falta de compromiso: ¡Otra vez llega usted tarde Sr. Pérez, esta fábrica no puede soportar por un instante más su impertinente incompetencia!
Apretó a fondo el acelerador y la aguja del velocímetro marcó 65 vertiginosos kilómetros hora, podía sentir el sudor recorriendo sus mejillas. Vamos, vamos, que llegamos. La fábrica, la serrería Mendoza Heredia, se ubicaba a escasos veinte kilómetros de la ciudad, en mitad de un cada vez más pequeño bosque de roble. Y estaba comunicada por un angosto camino de sinuosas curvas. En la cuarta, cerrada a la derecha, el opel se marchó de atrás con tan mala suerte de pegar con una raíz de roble de medio tamaño que, por azares de la vida, momentos antes había desgarrado el asfalto, aguardando impaciente la llegada de un desprevenido conductor. Desestabilizado el centro de gravedad, la inercia y la fuerza centrífuga hicieron el resto.
Allí estuvo Pérez durante espacio de dos horas, con toda la sangre agolpándose en su cabeza, volcado panza arriba el opel, en mitad de la carretera y pegando su nariz aguileña contra el parabrisas delantero.
En esas apareció una pareja de motoristas de la Guardia Civil. Uno de ellos llegó a su altura y agachándose golpeó la ventana del conductor con los nudillos:
-¿Se encuentra bien? –preguntó el agente.
Acto seguido comenzó a llover torrencialmente y Pérez no pudo contestar. Una frase se le vino a la cabeza y comenzó a repetirse sin que pudiera hacer nada por evitarlo: Donde antes había uno, surgieron dos y llegaron las lluvias.
Así quedó en estado de shock durante el tiempo que tardaron en llegar los bomberos para sacarle del amasijo de hierros. Tampoco pudo reaccionar cuando dos preocupados enfermeros le introdujeron en la ambulancia para llevarle prestos a la enfermería de la fábrica.
Así que, esta vez no pudo estremecerse al cruzar la siniestra verja que delimitaba la maderera. Ni observar con desprecio el colosal edificio que desafiando a la gravedad y a la ciencia de las estructuras, se erguía desafiante en mitad del cada vez más mermado bosque.
Su jefe esta vez no le gritó por haberse quedado dormido. Preocupado por la baja y las posibles indemnizaciones que pudieran derivar de un siniestro tal, decidió dar el día libre a Pérez. Cuando el médico le informo que el paciente no había sufrido daño alguno, respiró profundamente y volvió a su puesto de trabajo, un nuevo proyecto de tala del sector sur-este del bosque requería su atención.
Pérez llegó a casa en el autobús municipal, servicio que pasa cada diez minutos y tarda veinticinco en hacer un trayecto de vuelta. En consecuencia, solo tardó tres horas en volver a su casa. Allí se dejó caer en el sofá y rápidamente el sueño se adueño de su exhausto cuerpo dolorido. Demasiadas impresiones para un solo día.
¿Ya crees en mí?... Sobresaltado se despertó. Me estoy volviendo loco pensó. Te aseguro que no respondió en un susurro el viento que entraba por la ventana.
-¿¡Quién esta ahí!?- dijo lloriqueando y agarrando el palo de la escoba. Pero por respuesta recibió el trajín rutinario de la calle. Era media tarde y salió corriendo de la casa para bajar al bar de la esquina. Como si de agua se tratase dio buena cuenta de cuatro vinos antes de meditar sobre la situación. Meditó. Al no llegar a ninguna conclusión racional pidió otros cuatro vinos. Meditó. Al tercer vino de la tercera ronda su cabeza le pesaba tanto que cayó sobre la barra como un saco de patatas. Oscuridad.
- Jefe, jefe… - el sonido llegaba ahuecado a sus oídos – vamos jefe que no son horas, a dormirla a casa que ya toca.
Un lacerante dolor de cabeza hizo presa de Pérez en el momento en que tomó conciencia de dónde se encontraba. Aún sometido a los efectos del alcohol, encendió el piloto automático y dejó que los pies le arrastraran hasta su cama entre malestar general y náuseas.
¿Ya crees en mí?... Sobresaltado se despertó.
- ¿Quién demonios eres? ¿Qué quieres de mí?
¿Ya crees en mí?
- Como para no creer, ¿eres tú el responsable del siniestro de mi coche?
Al sur-este, donde el río ve al día, erguido mora el roble. Aquel que porta luz iluminará las sombras para desterrarlas. Aquel que porta luz, salvará al roble.
Supo que de nuevo se había quedado solo. El reloj marcaba las cinco de la mañana, si quería llegar puntual al trabajo debía coger el autobús cuanto antes.
Durante el trayecto comenzó a darle vueltas a su cabeza. Menudo lío que se está montando por el maldito roble. Vamos a ver, entonces, la voz de lo que sea que me acosa, quiere que arregle el entuerto, porque hay un roble en peligro, roble que mi jefe quiere talar ¡Cómo si hubiera alguno que no! Bueno, la cosa es que el roble está en el sur-este ¡diantre! hoy comienza la tala de ese sector ¡no tengo tiempo! ¿Aquél que porta luz? ¿Quién porta luz?... Vamos a ver… frunce el ceño y va desechando la hipótesis una detrás de otra pasando por el minero de la mina hasta el acomodador común del cine. Al llegar frente a la fábrica se da cuenta de que no tiene ni idea de a quién se puede referir como portador de luz.
En la caseta de control un coche estaba detenido y el guardia no parecía tenerlas todas consigo para dejarle entrar. Pérez pasó pensativo, dedicando una mirada fugaz al tiempo que hacía caso omiso de la discusión:
-Y yo le digo que soy el inspector de calidad y que mi empresa sigue un programa periódico de seguimiento. ¡Está obligado a dejarme pasar!- El hombre estaba crispado, en las puertas del coche podía verse el logotipo de la empresa: sobre un sol amarillo, las letras: SOL S.A. Control y Calidad.
Pérez llegó como cada mañana a su puesto de trabajo, le asignaron al tractor número trece y fue enviado al sector sur-este. Ay Dios mío, todavía me va a tocar a mi talar el Roble, ay, ay, ay ¿dónde estará el portador de luz? En esas estaba cuando el reflejo de un coche le deslumbró. Paralelo a la pista por la que circulaba, transcurría la carretera, y un coche con las letras SOL S.A. Control y Calidad sobre un sol amarillo, cortaba el viento con un enojado y frustrado conductor en su interior. ¡El portador de luz! Sin dudarlo un instante giró noventa grados el tractor presto a interceptar a su paladín, arrastrando con él el estacado y la verja que delimitaban los lindes de la fábrica.
El asustado inspector frenó en seco cuando vio al paranoico maquinista del tractor tratando de arrollarle. “Será hijo de…” Pero no pudo acabar de formular el pensamiento, ya que el hombre descendía del aparato gritando una extraña verborrea:
-¡Portador de luz, portador de luz!
Sin salir de su asombro y acongojado se dejó meter en el tractor siendo arrastrado por la solapa del traje. “Dios mío me secuestran”
-¡El casco!, coja el casco hombre que así no puede acceder a la zona de tala.
Con casco y a punto de vaciar el contenido de sus intestinos por la puerta de atrás llegaron hasta la zona de tala en la parte sur-este. Allí, un descomunal bulldózer estaba a punto de arrollar al mayor roble que había visto en su vida. Junto a él, manaba tímidamente un hilo de agua que acababa convirtiéndose en un torrente, a unos centenares de metros ladera abajo.
-¡Detenga la tala de inmediato! – le espetó a bocajarro al inspector.
-¿Qué dice? –este tembloroso no daba crédito.
– Que pare la obra antes de que arrollen al roble. – Pérez estaba desquiciado.
-¿Pero cómo pretende que lo haga?
- Pues por sobre explotación de los recursos, mentecato, ¿no es usted inspector?
-Si, pero yo no me pongo delante del bulldózer.
Sin pensarlo dos veces, Pérez agarró una linterna y se plantó entre el árbol y la máquina, agitando frenéticamente la luz para hacerse ver. El bulldózer se detuvo.
-¡Aparta payaso!
-¡No!
-¡Usted! – El inspector entra en acción- apártese del camión, declaro esta fábrica clausurada hasta nuevo aviso por sobreexplotación de los recursos naturales. ¡Márchese!, no tiene nada que hacer aquí.
Gracias, portador de luz El susurro sobresaltó a Pérez que dejó caer la linterna al suelo. Al momento, una sensación de paz interior le inundó, sintiéndose profundamente realizado.
-¡Pérez desgraciado, ¿pero que has hecho?! – la voz de su jefe le devolvió a la realidad.
- Lo que tenía que hacer.
- Enhorabuena, ¡acabas de dejar sin trabajo a cuatrocientas familias! – se tranquilizó- empezando por ti, infeliz.
Al caer en la cuenta, Pérez siente como el mundo se le viene encima y cayendo de rodillas se lleva las manos a la cabeza: "La madre que me parió".
Moraleja: Más vale pájaro en mano que zapatero remendón en quehaceres ajenos
FIN
1 comentario:
Está chulo el relato. Por cierto, muy callado veo últimamente a la abominable criatura Mö. ¿Qué tendrá entre manos? ¿Un texto de su invención?, ¿una chica recien conquistada?, ¿su gnomo brujo a punto de subir de nivel?
Mö, hechamos de menos tu odio y continuos insultos. ¡Manifiestate!
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