viernes, 27 de abril de 2007

La precuela. 2ª Parte. Iniciativa

No era de los que “se dejaban comer la tostada”. Mavros, antes que nadie, se levantó, fue hasta el frente de la clase, se dirigió a la puerta, y la abrió hacia dentro lanzando furtivas miradas a ambos lados del pasillo que había al otro lado. El resto se le quedaron mirando mientras la volvía a cerrar diciendo: “Bueno, yo aquí no aguanto más. ¿Quién se viene conmigo?”.

Mavros no había tenido una vida fácil. Desde pequeño su padre le había puesto las cosas muy duras. Era un ex-militar, tuerto de un ojo tapado con parche, un par de placas de metal en el cráneo, otro par de identificativas como colgante y la costumbre de educar con peculiares bofetadas con el puño cerrado.
- Las vas a pasar putas. –Le había dicho un almuerzo, hace 10 años, en el que su madre no estaba, apuntándole con un pedazo de carne pinchado en el cuchillo militar con el que comía. –El mundo está hecho una mierda. O eres alguien, o no eres nadie; o eres bueno, o eres malo; la tercera opción es siempre morir. Cientos, miles de críos como tú desaparecen todos los años. -Aprovechó la pausa para apurar el vaso de vino peleón lleno hasta la tensión superficial. Una parte del mismo se le derramo por la barbilla sin afeitar, antes de comenzar de nuevo. –No les interesan a sus padres. Son cargas, lastres de los que hay que deshacerse. Hay natalidad de sobra, y tal y como vienen las casquivanas de tu quinta, va a haber aún más. Si quieres llegar a algo confía en tus posibilidades y en nadie más. Guía cuando los demás se limiten a seguir y no te fíes de nadie. ¡¿Has entendido?!
“¡Sí!”, le había respondido Mavros confiado. Acto seguido su padre se había incorporado súbitamente, tirando la silla hacia atrás y el brazo hacia delante trazando un veloz arco hacia su cara. Con otra de sus peculiares bofetadas le había tirado contra el arcón de la cocina. “No, no me fío”, había mascullado su padre mientras colocaba la silla y se volvía a sentar a la mesa. El capitán había aprendido aquel día un par de cosas: la lección, dos veces; y odiar amargamente, que le repitieran las cosas.

Todos se habían quedado parados. “¡Vamos, joder!”, les increpó, “No es mi colegio, no es mi terreno. Necesito a alguien que me ayude. No voy a dejarme usar por estos tipos con sotana?”. Nadie parecía reaccionar. Todos le miraban, atentos. “Breico, vamos a salir de aquí”, le dijo esperanzado a Gon, el chico que estaba enfrente suyo, sentado en el pupitre, junto a la puerta.
Breico es un término militar que su padre usaba frecuentemente. Se usaba en el mundo anglosajón por radio, cuando buscas el asentimiento de la otra parte.
“Nunca me habían llamado así”, comento Ceporrock ignorante y extrañado, haciendo que al Capitán se le cayera el alma a los pies. “Pero me gusta”, puntualizó mirando con complicidad al chico que se apoyaba en su mesa, ahora sí, más sonriente y confiado.
En un minuto se habían levantado todos y se habían puesto a charlar, conociéndose, en la parte frontal de la clase. Mavros habló con todos, comprendiéndolos, evaluándolos.
- Oye. –Le preguntó a . – ¿Y ese tío de pelo castaño cortado al uno?
- ¿Ese? –Respondió Luis con desprecio. –Es Gallum. No creo que cause problemas. Está en su mundo, en Babia. Si le pillan, ni se acordará de con quien anduvo.
Mavros lo absorbía todo como una esponja. Su mente encajaba a cada uno en su lugar correspondiente, como las piezas de un puzzle. Chus, decidido; , categórico; el recién bautizado Breico, aliado; Gallum, quizás útil. No era la mejor pandilla pero era lo que había. No podía elegir.

- Bueno, la cosa está así.- señalaba Ceporrock con una tiza en la pizarra. -El colegio tiene forma de hache alargada, como podéis ver.



La parte central está dividida en dos zonas por el pasillo. La sur, en la que nos encontramos, con las clases propiamente dichas; y la norte, donde se encuentran las aulas de pretecnología, audiovisuales, ordenadores, el laboratorio, baños y un largo etcétera dependiendo del piso. Los extremos de la hache son: el ala este, donde se hayan unas escaleras, y el ala oeste, donde se encuentran las otras escaleras y las salas más grandes tipo salón de actos, comedor y conserjería dependiendo del piso en que os halléis. El plan más razonable sería ir hasta una de las dos escaleras y bajar hasta el exterior. El problema es que a estas horas muchas puertas estarán cerradas, alguna con cierre electrónico, y además nos descubrirían rápidamente con las cámaras de seguridad que hay dispuestas aleatóriamente por todo el edificio. No va a ser tan fácil salir al recreo como pensáis.- sentenció irónico.
- ¡Cámaras! –Musitó Chush. –Como se nota que es de pago.
- ¡Paquetes! –Espetó sin mirar a nadie concreto, sonriendo y jactandose. -Ni las cerraduras electrónicas ni las cámaras de vigilancia son un problema, ya me he encargado de ellas. –Lo había dicho con un tono de desdén mientras recordaba la que organizó en el aula de informática.
- Joder, pues ya está. –Dijo Mavros, de repente, subiéndose a la tarima, y convirtiéndose en el centro de atención mientras sacaba una moneda que tiró al aire dando vueltas. –Solo hay que decidir por qué escaleras vamos. Las del ala este o las del ala oeste. ¿Cara o cruz?
- ¡Canto! –Grito Gallum a espaldas de todos.
El grupo se volvió extrañado hacia el Dr. que, mordiéndose los labios y mirando a la puerta, observaba como, en ese mismo instante, entraba un adulto con sotana.

El hermano Canto, o “Punisher”, era el encargado del aula ocho C y de todas las medidas correctivas aplicadas a los alumnos. Un enamorado de su trabajo. Adoraba torturar a los críos malos. Se decía que se había ordenado hermano educador de la Salle para tener un mayor y libre acceso a estos. De algunos profesores se suele decir comúnmente que te castigan a la mínima, para él esa expresión se quedaba corta. Por ejemplo: si pillaba alguien con notitas de papel, se las hacía comer; si llegaba alguien tarde, le cruzaba la cara y le ponía en una esquina con los brazos en cruz y un Larousse ilustrado en cada mano; si pillaba a alguien fumando en el baño, le apaga el cigarrillo en la piel del brazo. Disfrutaba con todo aquello, disfrutaba impartiendo justicia, su justicia.

“¿Qué tenemos aquí?”, preguntó con tono sarcástico. “Una evasión en ciernes, ¿eh? Bueno, bueno, bueno. Creo que va siendo hora de aplicar medidas disciplinarias más severas”, decía para sí mismo mientras se acercaba al grupo con media sonrisa en los labios. Una vez a su lado les dijo maliciosamente, “la letra, con sangre entra”.
Empuñado, con un silbido, el puntero cortó el aire hasta el rígido cráneo medio calvo del hermano. Su encuentro fue como una reacción exotérmica. El sonido del crujido y las astillas de madera llenaron toda la habitación. Mavros dejó caer lo que quedaba de la vara de madera, de su mano diciendo, “¡Sí hombre!, para cambiar planes estamos ahora”. Todos se quedaron boquiabiertos mirándole. Nadie, nunca, en el colegio había tenido valor o locura suficientes para golpear a un hermano. Las consecuencias podían ser de proporciones titánicas.

La vida de Mavros no había sido fácil. Un enemigo en casa y varios en la calle. Las dos aceras del barrio estaban enfrentadas, pares contra impares; y en un barrio obrero como aquel, las disputas no eran precisamente del tipo “foro de debate”. El capitán no fue violento desde el principio, pero la vehemencia siempre le acababa encontrando. Igual estaba en casa y se cruzaba con su padre por el pasillo, llevándose uno de sus especiales cachetes; para luego, por añadidura, caminando por el barrio y, con media cara aún dolorida, verse envuelto en una pelea campal entre aceras, de la que no podía escapar y donde recibía, al no pertenecer a ninguno de los dos bandos, de ambas partes. La situación, poco a poco, le había ido superando hasta que un día, acuclillado en una esquina de su habitación, abrazándose las rodillas y con las mejillas aún húmedas de lágrimas, se hastió, se hartó y se empachó de todo aquello. Si el mundo conspiraba en su contra, él haría lo mismo. No podía elegir lo que le rodeaba, su ambiente; pero podría cambiarlo.
Contra su padre poco podía hacer, pero los de la calle eran otra historia. Rápidamente se había encaminado a su portal, había pulsado todos los botones del portero automático, y cuando escuchó a todo el mundo hablando a la vez, preguntando quién llamaba, había dicho: “¿Eres Quintanilla `masticatuercas´, el amo del portal trece?”. “Sí” le había contestado tan solo una de las voces a través del telefonillo de metal. Mavros se preparó, iba a ser un paso importante. A partir de ahí iba a dar el giro a su vida. “Mariconazo”, había gritado, “me vas a comer la polla, hijo la gran puta”.
Tal vez hubiera valido con un “baja si te atreves”, o un “quiero disputarte tu mandato”, pero la adrenalina fluía por su cuerpo casi más abundante que la sangre y, de todas formas, salió bien. Aquello fue tan solo el comienzo, pero seguiría construyendo el mundo a su medida. Primero fue el portal, luego la acera, después la de enfrente y finalmente el barrio entero. Se propuso que el respeto y el miedo reinarían en su nueva vida, y lo consiguió. A su modo, fue feliz, aunque desde entonces no pudiera permitirse ni un descanso, por los continuos desafíos a la autoridad por parte de estúpidos, y menos capaces, soñadores, como lo fue él mismo.

Todos se quedaron congelados como témpanos. El hermano Canto se levantaba despacio y con firmeza del suelo La sangre manaba cuantiosa desde la brecha de su cabeza de ralos cabellos, dibujando un camino carmesí por toda su ropa y un charco, de un rojo muy vivo, en el suelo. “¡Malditos críos!”, dijo, con los dientes apretados, un infinito odio y avanzando lentamente hacia ellos. “Lo vais a acabar entendiendo. Vaya que sí. Aunque me cueste. ¡La letra…”, el tono de su voz aumentó hasta ser un rugido, “…a sangre entra!”.
Mavros no se hizo esperar. Hablaba al tiempo que actuaba. “No…”. Se inclinó hacia delante y dio dos rápidas zancadas. “…me gusta…”. Los músculos de sus piernas se contrajeron y extendieron como un relámpago. Sus playeras se despegaron de la tarima. “…que me repitan…”. Los cordones desatados flotaban en el aire. Uno de sus pies se fue adelantando velozmente. “…las cosas”.
No sabía karate, pero era capaz de bolear balones a los más pequeños por encima de su edificio. El truco consistía en aplicar toda la potencia de la que era capaz en un solo punto.
La cara del hermano perdía sus ángulos y curvas para ir aplanándose contra la parte inferior de la deportiva. Su cutis perdía las arrugas habituales para adoptar la forma y el dibujo de la suela. El chicle pisado se repartía, generosamente, entre la superficie de goma y la superficie de piel. Gotas de saliva, sangre, y un diente, salían despedidos de su boca entreabierta. Los cordones sueltos descargaron un lacerante latigazo hacia delante, hacia sus ojos abiertos de par en par debido al shock.
Punisher” cayó al suelo de espaldas y se deslizó, suavemente, hasta la puerta entreabierta del aula para, con la fuerza justa, cerrarla sin hacer apenas ruido; justo en el momento en el que el capitán se posó el suelo.

Mavros se quedo mirando el cuerpo inmóvil de su enemigo, muy quieto. A sus espaldas empezaron los rumores.
- Tajante. –dijo Chush. –Creo que le ha quedado muy claro.
- Ya no hay vuelta atrás. –Masculló entre dientes casi para sí mismo.
- O estáis conmigo…. –Dijo Mavros dándose la vuelta.-…o contra mí. –Y viendo que nadie le replicaba y poniéndose en marcha, les arengó. –Ahora vámonos todos de aquí.
El capitán, todavía en pleno subidón adrenérgico, y el resto, un poco conmocionados por todos los hechos acaecidos recientemente, empezaron a andar. Solo Gallum, con su peculiar percepción de las cosas, se había dado cuenta.
- Cuidado. –Les advirtió. –No piséis el charco de sangre al salir, no vayamos a darles más pistas de las estrictamente necesarias.


Así, con un pequeño salto, salieron todos del aula ocho C. Ante ellos se abría, a ambos lados, un pasillo cuajado de puertas cerradas. La aventura acababa de empezar.

4 comentarios:

Chush dijo...

Impressive.

Mavros dijo...

brutal

Ceporrock dijo...

cuán gore... me encanta

dijo...

El comienzo de la muerte y destrucción.