lunes, 26 de noviembre de 2007

Luces de Navidad

Y dime tú ahora qué hacemos. Cuando llevábamos 10 meses y medio yendo por la calle tan tranquilos, sin nada más allá de la torpeza de la gente o las mierdas de perro que nos pudiera molestar.
Esta tarde a eso de las 6 un desconocido pupilo, presuntamente elegido de forma aleatoria entre todos los colegios de primaria de España, presionó con su presuntamente aún inocente mano el interruptor que accionaba el vasto y complicado mecanismo de la iluminación navideña.
Cegado por el titileante brillo multicolor, paseo tranquilamente aislado del exterior con el primer disco de Jet en modo repetición, porque hoy no me apetece escuchar nada más. Mi cabeza pasa automáticamente de contemplar la cuadratura de baldosas y paquetes de tabaco vacíos a quedarse fijos, desenfocados, recibiendo imágenes imprecisas de un árbol y un trineo que remolca a un gordo.
El viento frío sacude mi cara, que es lo único que sobresale sobre el abrigo, las manos guardadas en los bolsillos. La boca abierta, como los perros cuando van libres en el coche y sacan la cabeza por la ventanilla. ¿Les gusta conducir?
De repente, la ausencia de cierta baldosa sobre el pavimento resulta en una breve pero intensamente dolorosa torcedura del tobillo derecho, media pierna izquierda mojada (dudo que de agua, puesto que lleva días sin llover) y una cara de tonto adornada por dos orejas rojas como la nariz de Rudolf.
Al llegar a casa, citación de Hacienda. Parece que esta vez sí que toca pagar.

Lo que tiene volver andando durante 1 hora a casa es que hay mayores probabilidades de tropezar en algo, o de pisar mierda. Y aunque digan que da buena suerte, a mi siempre me ha tocado arrastrar los pies avergonzado en algún llano de césped virgen ante las miradas atónitas de abuelas y niños que instintivamente buscan en el suelo el origen de tan temido zurullo de perro.

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