El peor día de la semana
Me despierto cubierto de un sudor ya frío, no sabiendo ni queriendo saber dónde estoy.
Olor a tabaco y perfume, el pelo enredado y la garganta seca. Tras intentar tragar saliva descubro que mi boca está impregnada de un sabor inusual.
Un ojo al reloj y unos instantes para interrelacionar lo observado confirman que es Domingo. El peor día de la semana.
Me levanto por fases, sentado en la cama observo cómo los pies arden y múltiples músculos, de los que corrientemente desconozco su existencia, inducen una leve sensación de dolor, acorde con las características del día en curso. Una bocanada infinitamente larga de aire reciclado durante horas sirve en cierto modo para coger fuerzas ante lo que se viene encima. Otra semana más, de vuelta a la monotonía, los problemas, las frustraciones, el esfuerzo en vano, las reflexiones, la fatiga, la muerte. Es en ese momento cuando deduzco por qué los calendarios sajones comienzan por Domingo.
Tras recorrer los interminables 4 metros que me separan del baño descubro una muesca de felicidad dibujada fugazmente en mi cara que se desvanece en el espejo. El bienestar del que ignora todo por completo y se reencuentra consigo mismo desdibujado, ojeroso y con espuma blanquiverde batida por un cepillo de dientes desgastado.
A veces pienso demasiado rápido. En un abrir y cerrar de ojos, una explosión de actividad neuronal desmesurada, análisis, contraanálisis, pros y contras, conclusiones y consecuencias.
Otras sin embargo, todo lo contrario. Mirada al infinito mientras oigo voces que parecen dirigirse a mí. Repentinamente reconozco facialmente a la persona y repesco sus últimas palabras. Como al salir del agua, los sonidos parecen hacerse más nitidos y las pupilas repentimente se contraen, la vida va más deprisa. Normalmente es al día después cuando recuerdo la mayor parte de las conversaciones en las que respondo con muletillas, caras de sorpresa, indiferencia o sarcasmos predefinidos. Un día entero para analizar y recrear situaciones, contra mi voluntad.
Recuerdo mis domingos con diez años. Sabían a sugus y chupachups, mosto y patatas a la importancia. Por la tarde juegos, peleas, más juegos y unas onzas de chocolate dentro de un trozo de pan del día anterior.
Ojalá todo volviera a ser tan fácil.
take it easy.
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