martes, 8 de mayo de 2007

La precuela. 3ª Parte. El Mal

Lentamente, los pasos firmes fueron acercándose a la puerta abierta del aula 8 C. El hermano Gori ya había acabado su turno en la biblioteca y se paseaba por el colegio, haciendo la ronda. Tenía curiosidad por ver al chiquillo que montó jaleo en su amada biblioteca. Su pasado como púgil le había mostrado demasiadas caras destrozadas como para sorprenderse de lo que iba a ver tras el arco de entrada a la clase. Se quedó inmóvil, detuvo su mirada en el rígido Canto tan sólo un segundo, lo justo para dejar resbalar por su mejilla una solitaria y sentida gota de dolor. Un pequeño rastro, unas finas líneas de sangre, casi imperceptibles que salían del charco medio coagulado que estaba debajo del cuerpo, le guiaban, intermitentemente, hacia el ala este. Alguien había cometido su último error, él se encargaría de ello.


El Sol seguía su lento descender, y las sombras iban creciendo lentamente sobre el patio del colegio la Salle. El exterior era apacible y tranquilo, los pájaros cantaban en el jardín y los coches circulaban por la carretera. En el interior, sin embargo, reinaba la actividad más febril.

Sus pies descendían velozmente las escaleras, varios peldaños por zancada. El quinto y último piso iba quedando atrás, en la memoria, en el pasado. Todo les parecía muy fácil, la moral estaba alta. Los cinco chicos estaban a punto de burlar uno de los mejores colegios en materia de disciplina de toda la ciudad. Todavía les quedaba salir del patio y el recinto escolar amurallado, pero lo más difícil estaba casi hecho. Probablemente Mö, Ceporrock y Gallum no podrían volver a él después de lo acontecido, pero no importaba., el resto de colegios se los rifarían. La única manera de obtener fama y prestigio para un centro de educación, en aquellos tiempos, era meter en vereda a famosos rebeldes sin causa, casos perdidos. Ellos serían los mejores, los más solicitados. Los sueños de los directores eran las pesadillas de los padres. Todos iban muy animados y relajados, tal vez, demasiado relajados. Los cordones de Mavros sueltos y sucios de polvo y sangre, ahora seca, golpeaban, a cada paso, el suelo.

- Miiierda -mascullo Gallum mientras se deslizaba por la barandilla de madera abajo, hacia la puerta cerrada de metal.

- Joder deberíamos haberlo supuesto -aclaro Ceporrock-, estas puertas solo las abren a la entrada y salida de clase, y de eso hace ya varias horas. Es de esperar que también la del ala oeste esté chapada.

Mavros intentaba forzar la cerradura. Mö permanecía inmutable, observando. Un velo de silencio se hizo sobre ellos. Preocupados y nerviosos, se devanaban la cabeza hasta el punto de que casi se podían oír girar los engranajes de sus sesos.

- ¿Qué opciones nos quedan entonces? -preguntó Chush.

- Aun queda la puerta de conserjería y la puerta de servicio por donde entra el personal del comedor –respondió Breico-, pero esta última no se bien donde está.

- Pues a la primera opción –zanjó Mavros impaciente viendo lo inútil de su empresa contra la cerradura.

- Habrá que subir al primer piso –añadió Ceporrock-. El recinto escolar está a dos alturas. El patio, a nivel de suelo, donde desembocan las escaleras de las dos alas y por donde entramos los alumnos; y el jardín, a un nivel superior, a nivel del primer piso, donde está la conserjería y por donde entran padres y profesores.

- Vale joder –le interrumpió Chush-. No perdamos más tiempo hostia. Cuanto más prolonguemos nuestra huida más probable será que nos encuentren. Subamos al primer piso y crucemos el maldito pasillo hasta la salida ahora que todavía contamos con el jodido factor sorpresa.

Todos asintieron y retrocedieron, subiendo los peldaños de nuevo. El objetivo volvía a parecer cercano y alcanzable, pero sus ilusiones volvieron a decaer, dándose de bruces ,al llegar al rellano, contra el hermano que bloqueaba la galería del primer piso. “Sorpresa”, apuntillo el bibliotecario Gori con su ajada y destrozada voz echando abajo el susodicho factor.

Gori había sido profesional de la escalada libre, tenía más fuerza en sus dedos que muchos hombres en los brazos, pero un largo escarceo con el tabaco sin filtro y las bebidas espirituosas le arrastraron a los bajos fondos y a las peleas ilegales. Había sido una mula, y lo seguía siendo, sacudía puñetazos cual coces. Su laringe se había ido rompiendo por los golpes, la nicotina, el alquitrán y el etanol; su voz se había deshecho. Su rostro, antes varonil y atractivo, se fue deformando por los golpes hasta adoptar facciones simiescas y grotescas. Sus vicios le habían ido consumiendo y requerían un constante flujo de dinero que, a la misma velocidad que venía se iba. Los combates se habían ido haciendo cada vez más duros, sin guantes, sin reglas. Su cuerpo se había quebrado, su espíritu se había derrumbado. Cualquiera hubiese dicho que su fin estaba cerca pero, un día, despertó en un lugar muy diferente al acostumbrado portal de turno al que estaba habituado. El hermano de la Salle Canto lo había recogido de la calle y lo había llevado a su celda. No conforme sólo con eso, aquel religioso no cesó hasta salvarle la vida, hasta llevar a la oveja descarriada, de nuevo, al buen camino. La piedad de Canto, su ángel de la guarda, había enternecido y conmovido a Gori. Finalmente, éste se había reformado y ordenado hermano de la Salle, había dado un giro a su vida. Enderezaría a los niños igual que él había sido enderezado, les llevaría de nuevo al redil, y decidió empezar su labor por la biblioteca.

Mavros ya había dado un paso adelante. No sabía a quien tenía frente a él y no se pararía ni un instante a averiguarlo. Chush lo detuvo por el brazo, el suyo propio aun se resentía del encuentro con aquel individuo.

-No lo subestimes. Al anterior hermano lo pillaste desprevenido, pero éste está por encima de tus posibilidades.

El capitán se liberó, ignorando sus advertencias. Aun seguía “encendido”. Rápidamente se lanzó hacia su nuevo enemigo, pero esta vez lo estaban esperando. Gori, velozmente, apartó su primer golpe y aferro con sus dedos el hombro derecho del impetuoso joven. Mavros sintió como se bloqueaba toda su extremidad. Aquella mano ejercía la presión de una tenaza hidráulica, los dedos se hundían en la carne casi atravesandola, tocando el hueso y los ligamentos como si no hubiera capas de piel y músculo entre medias. La luxación era inevitable. Fue zarandeado como un pelele y arrojado de vuelta a donde vino. Su humero había abandonado la posición lógica, en contacto con el omóplato y la clavícula, antes de que cayera a los pies del resto, retorciéndose y deformando su cara en un rictus de dolor. El atónito grupo de chicos retrocedió, observando, con horror, al titán que se alzaba ante ellos, un coloso inexpugnable de fuerza hercúlea. Bueno, todos no. Hubo uno que no mostró pánico en su mirada ni dio un paso atrás; lo que reflejaban sus ojos era, más bien curiosidad, interés.

- Ayudadlo a levantarse y escapad por el primer piso –sentencio Mö fríamente-. Yo le entretendré.

Lo miraron entre sorprendidos y extrañados. Pensaban que lo que estaban viendo era altruismo, pero nada más lejos de la verdad. La gente siempre se equivocaba cuando se trataba de la temible criatura. A él le interesaban cosas lejos del alcance humano normal. Mientras el resto ayudaba a Mavros a levantarse y subir las escaleras trabajosamente, Mö regateó corriendo, al hermano bibliotecario, sorprendiéndole, ya que se esperaba otra embestida frontal, y se introdujo en el pasillo que había tras él esquivando, por poco, la garra que le lanzó. El hermano fue detrás del atrevido niño, el resto aun tendría que atravesar el segundo piso y bajar por las escaleras del ala oeste hasta la conserjería para poder salir. Interpretó que Mö buscaba una manera más rápida y directa de escapar. Interpretó mal, como solían hacer todos cuando se referían a la temible criatura. Éste último torció la segunda puerta a la derecha introduciéndose en una zona muy conocida por él, el aula de informática. Su perseguidor lo siguió, calmadamente. “Ahora estas atrapado” pensó equivocadamente, como solían hacer todos cuando se referían a la temible criatura.

Todo el mundo había errado siempre con Mö. De pequeño todos pensaron en él como en un niño adorable. Error. Cuando vieron que era poco hablador y que estaba todo el día pegado al ordenador, pensaron que sería un gran profesional, que el trabajo gobernaría su vida. Error. Cuando en el colegio los compañeros no se le acercaban, todos pensaron que los crueles eran los demás críos. Error. Cuando en las redacciones de primaria escribía temas en términos megalómanos o eugenésicos todos pensaban que eran tonterías de chiquillos. Error. Cuando los profesores, ante su mirada y contestaciones, decían que Mö portaba un demonio en su interior, todos los que les escuchaban pensaron que exageraban. Error. Todo el mundo había errado siempre con Mö.

Al entrar se encontró la habitación con las persianas echadas, los fluorescentes del techo parpadeantes, cual luces estroboscópicas, chascando continuamente, y los monitores encendidos de cara a él. El chico estaba al fondo del aula, de pie, parado, quedo; encarándolo con la cabeza gacha, mirándolo desde abajo siniestramente. ¿Por qué demonios estaba tan tranquilo aquel condenado crío? Parecía controlar la situación. Él se había enfrentado a tipos varias veces más duros que aquel púber imberbe. No había razones para temer a aquel inconsciente fanfarrón.

- Estás perdido –le dijo Gori con su voz bronca-.

“Error” pensó Mö.

- Tú serás el primero en caer –“Error”-. Tus amigos irán detrás –“Error”-. Será mejor que no te resistas –“Error”-. Y no te creas que me intimidas mirándome así, dentro de poco voy a borrar de tu cara esa expresión y cualquier resto de humanidad que te quede –“Error”-.

El bibliotecario, centrando su atención al fondo de aula, no se dio cuenta de que, ha medida que hablaba, paulatinamente y una a una, todas las pantallas iban tornándose azules con el consabido mensaje de fallo en “Windows”.

- Mmm, no, no, no, demasiados fallos en tu sermón de mierda –Mö subrayó la última palabra mientras negaba con la cabeza. El bibliotecario se encendió rojo de ira, ¿cómo podía seguir tan relajado?-. ¿Qué tal si reiniciamos el sistema, paquete? –preguntó la temible criatura sardónicamente-. Por cierto, me interesa mucho esa “tenaza” que tienes por mano, sería una herramienta muy útil en mi sistema.

Sus miradas se cruzaban en el medio de la estancia, las pupilas del adulto se movían nerviosas hacia todas partes intentando predecir el siguiente movimiento del joven, las pupilas de este último se mantenían fijas, concentradas. De repente los fluorescentes del aula se apagaron al unísono, todo, excepto los monitores y el bibliotecario iluminado en azul por estos últimos, quedó sumido en la más absoluta oscuridad. El hermano retrocedió dos pasos, aquel maldito crío no se había movido, no podía haber llegado al interruptor de la luz. El silencio solo era roto por los ventiladores integrados en las cajas de los ordenadores. La más impenetrable penumbra lo envolvía todo. Su corazón funcionaba a más revoluciones de lo normal y la sangre le martilleaba en las sienes como si fuese la membrana de un bombo, gotas de sudor empezaron a resbalarle por la frente. Aún estaba acostumbrando sus ojos al nuevo escenario, cuando al fondo del aula, entre todos lo cuadros luminosos azules de letras blancas, donde antes estaba aquel maldito niño, como suspendidos en el aire, le parecieron ver dos ascuas ardientes, dos puntos rojos que lo miraban inmóviles, fríos, despiadados. Abrió la boca, quería gritar, forzar su rota voz. Demasiado tarde.

Mavros estaba tumbado, gruñendo de dolor, intentando no gritar. Gallum sentado a su lado, había encajado un pie en su sisa y había cogido su mano para, súbitamente, tirar del brazo hacia sí a la vez que lo giraba. Se oyó un chasquido y el capitán rodó hacia un lado, blasfemando ostensiblemente, para quedar boca abajo, con la frente apoyada contra los azulejos del suelo y apretando los dientes lo más fuerte que podía reprimiendo el alarido. “Estarás dolorido una semana, pero volverás a usarlo con normalidad”, le dijo el Dr.. Breico y Chush contemplaban la escena de pies, mientras comentaban si deberían esperar al compañero dejado atrás.

- Conozco de lo que es capaz ese tipo, lo sufrí en mis propias carnes. Me temo que no deberíamos guardar esperanzas sobre ese tal Mö. Mejor será que nos larguemos.

-Sip–confirmó lacónico Breico.

-¡Malditos bastardos! – Se oyó a sus espaldas. Allí estaba la terrible criatura, de pies, impoluta y mirando su mano derecha, que abría y cerraba, divertido, haciendo triscar todas sus articulaciones. Nadie lo había escuchado acercándose, parecía haberse materializado de la nada.

- ¿Pero cómo coño…?

- Patético –interrumpió Mö mirandolos con su desprecio habitual-. Dejad de perder el tiempo estúpidos inútiles, ya he acabado con todo lo que quería hacer en este puto colegio. No veo el momento de salir de aquí, así que apresurémonos, idiotas.

Sorprendidos y atónitos, le obedecieron sin preguntas. Les quedaba mucho por hacer, se encontraban, todavía, en el pasillo del segundo piso.

Un piso por debajo, en el primero, solo una de las entradas de toda la galería no estaba cerrada. A través de la puerta entreabierta del aula de informática se adivinaba el resplandor intermitente de los fluorescentes, mientras que, por debajo de la puerta se iba extendiendo, paulatinamente hacia el pasillo, una, cada vez más grande, mancha de líquido viscoso de un llamativo color rojo oscuro.

4 comentarios:

dijo...

Muerte a los enemigos del "Imperio del Mal™"

Anónimo dijo...

jajajaj cojonudo. Me encanta.

Mavros

Ceporrock dijo...

Ufff, qué heavy.

Anónimo dijo...

Joer qué pasada, si es que ya había leido yo en el Apocaleche que el Gran Destructor se llamaba Mö.

Merinus